“Son 4 veces que hago la ruta hasta Chile. Conozco Colchane, Iquique, Antofagasta, Tocopilla, Santiago. En Colchane te hacen la prueba y luego te llevan en un bus a Iquique, te dan un alojamiento, desayuno, refrigerio, almuerzo y cena”, con una voz enérgica y juvenil, el “chamo” venezolano comentaba sus travesías a sus paisanos, dos familias con niñas pequeñas, todos con los rostros quemados, los labios resecos y partidos, estaban sentados en una de las frías aceras del Desaguadero. Cuando el “chamo” terminó de hablar se fue rápidamente hacia uno de los minibuses para cargar mercadería.
Esta ya es una escena muy común en la frontera, donde los migrantes se ganan algunos pesos (Bs.) para luego seguir su camino, en algunos casos, como parece ser el caso del “chamo”, es un trabajo que hacen constantemente.
El 28 de junio fue cuando parte del equipo del SJM llegamos al Desaguadero, eran aproximadamente las 10 de la mañana. A pesar de que el estado de excepción en Chile terminó a principios de abril, y que en Bolivia y en Perú las fronteras se abrieron a inicios de mayo, estuvimos casi 6 horas haciendo el recorrido por distintos puntos de Desaguadero, tanto de Bolivia como de Perú, y no encontramos a ni una persona migrante, más que al grupo que estaba en la parada de los minibuses. Las dos terminales, el paso a bote por el río Desaguadero, la feria, las plazas y el puente donde están una centena de camiones esperando pasar la frontera. En todos estos lugares, a diferencia de otras oportunidades, no encontramos a migrantes.
Cuando llegamos a una de las terminales de Desaguadero – Perú vimos instalada una carpa del CDHE (Centro de Desarrollo Humano), las dos personas que trabajan allí confirmaron que los grupos de migrantes redujeron considerablemente. Fue grato ver que instituciones como esta realizan servicio en las fronteras: tienen importante información para brindar y proveen de ropa abrigada a quienes llegan hasta su carpa. Las personas del lugar con las que conversamos aseguraron que los migrantes siguen pasando por aquella población, pero ahora se los veía con menos frecuencia.
Cuando nos disponíamos a volver, llegamos al lugar donde está el transporte de retorno, allí nuevamente encontramos al “chamo” –los choferes le gritan con ese apodo cuando piden los servicios de este y otros jóvenes venezolanos–. También encontramos a las dos familias que vimos al llegar, estaban en el mismo lugar, las niñas continuaban dando sus pequeños pasos alrededor de sus madres que, sentadas en las gradas de la acera, asemejaban un triste retrato humano.
Ya de vuelta a la ciudad de El Alto, en el tramo entre Desaguadero y Guaqui, tres jóvenes caminaban por la berma, cargados de sus mochilas, sus pantalones cortos y sus sandalias. Con toda probabilidad, ellos y las dos familias que encontramos en el Desaguadero, llegarán dentro de unos días a El Alto, cansados, físicamente débiles y con una actitud impresionantemente positiva, y escucharemos estas u otras frases que ya caracterizan a estos grupos de migrantes: “nos vamos pa’ Chile madre, con la bendición de Dios, llegaremos allá, vea”.
Según la Plataforma de Coordinación y Protección de Refugiados y Migrantes Venezolanos, en Chile hasta el 2020 había 455.494 migrantes de Venezuela, lo que representa la comunidad migrante más grande en aquel país. En el 2022, sin duda, la cifra ascendió, tomando en cuenta que una importante cantidad de migrantes cruzan las fronteras de forma irregular.
Oficina de Comunicaciones SJM El Alto – Bolivia