Actualmente, la economía lineal domina el mundo: las cosas se producen a partir de materias primas que solo se utilizan durante un corto período de tiempo y luego acaban como residuos. Luego, hay que obtener nuevas materias primas para elaborar otros productos. Esto perjudica al medio ambiente y, además, cuesta mucho dinero y energía.
Sin embargo, la economía circular funciona diferente: los productos se fabrican de manera que estos duren más tiempo y puedan repararse fácilmente. Cuando han llegado al final de su vida útil, se reciclan, en la medida de lo posible. Como resultado de esta alternativa lógica y viable, las materias primas se recuperan y se reutilizan, lo cual hace que se produzcan menos residuos y emisiones contaminantes.
Del reciclaje y sus ventajas
Durante siglos, la economía circular estuvo presente en todo mundo. Todo se utilizaba el mayor tiempo posible, sin desperdiciarse ningún recurso. Esto cambió en los últimos 150 años, desde que se industrializó cada vez más la producción.
Hoy, la economía circular se practica sobre todo en comunidades tradicionales, aunque no únicamente allí. Por ejemplo, los excrementos constituyen un abono natural para el cultivo de alimentos en la agricultura ecológica.
Asimismo, arquitectos de muchos países se centran cada vez más en materiales de construcción sostenibles, que puedan obtenerse localmente (más madera y menos cemento, por ejemplo). La realidad es que, si se reutilizan los materiales de construcción, no hay necesidad de consumir nuevas materias primas. Y, de paso, se evitan los residuos tóxicos para el medio ambiente.
Incluso, muchos materiales pueden reciclarse sin perder prácticamente calidad y funcionalidad. Esto funciona especialmente bien en los casos del vidrio y los metales. Por su parte, el papel puede reutilizarse entre diez y 25 veces. El plástico, en cambio, suele ser menos fácil de reciclar, ya que a menudo se mezcla con otros materiales y puede contener sustancias químicas nocivas.
Recuperar metales de la chatarra puede ahorrar mucha energía. Imagen: Peter Hofstetter/Zoonar/picture alliance
La economía circular, un cambio que urge
Para que la economía circular funcione, todos deben estar implicados, tanto los consumidores como la industria y la política.
Si los consumidores clasificaran y separaran enseguida los residuos, reciclar sería mucho más fácil. Y si, además, prestaran atención al comprar, eligiendo productos más duraderos, se generaría menos basura.
Una chaqueta de lana o algodón de alta calidad normalmente es más cara que una de plástico. Sin embargo, suele durar más y es más fácil de remendar. A diferencia de los residuos plásticos, las fibras naturales se degradan sin dañar el medio ambiente.
La industria, por otro lado, puede perfectamente elaborar productos de manera ecológica, con ahorro de recursos naturales y sin sustancias químicas tóxicas que impidan su reutilización.
Por ejemplo, los teléfonos móviles pueden fabricarse de forma que las baterías y otras piezas puedan sustituirse fácilmente. Y si, además, durante la producción de estos equipos, se pensara en el reciclaje, el oro, las tierras raras y otras materias primas podrían recuperarse más fácilmente de los aparatos y, por ende, reutilizarse.
Para que esto se materialice, los Gobiernos pueden crear el marco jurídico de la economía circular. Cada vez son más los países y empresas que promueven el reciclaje, la prevención de residuos y el diseño bien pensado de sistemas y productos. Esto, además de beneficiar a la economía, genera un mayor número de empleos. Según el Instituto de Recursos Mundiales (WRI), la economía circular podría crear unos seis millones de nuevos puestos de trabajo en todo el mundo hasta 2030.
Por DW
Imagen: Torsten Krüger/imageBROKER/picture alliance