PUGA: el Capiguara, la hoja y el olvido
Llegamos con mi familia al municipio de Porongo, ese rincón cruceño que ha sabido convertirse en un refugio de cultura, gastronomía y verdor. La plaza principal, vibrante como siempre, nos recibió con un ritmo pegajoso que flotaba entre la multitud. Busqué con la mirada al artista detrás de la melodía, pero no logré identificarlo. Fue entonces, caminando entre los curiosos, que me encontré con un señor mayor en silla de ruedas. Tenía un canasto en forma de capiguara, y con una sonrisa pícara me preguntó: “¿Qué le parece mi Capiguara?”

Me acerqué, le respondí que era bonita, creyendo que la vendía. Le comenté que conocía la laguna Capiguara, que en otras épocas había ido con amigos a nadar y pescar. “Ahora está cercada”, le dije. Él asintió y comenzó a contarme una historia que parecía sacada de un cuento fantástico.
—Cuando yo era joven —dijo— fuimos a pescar con unos amigos. La laguna era profunda, hermosa. Uno de ellos llevaba un collar grande. Al volver al pueblo, se dio cuenta de que lo había perdido. Nos pidió regresar a buscarlo. Era casi medianoche. Cuando llegamos a la orilla, vimos un par de luces saliendo del agua. Luces fuertes… ¡maminga! Nos dio miedo y salimos corriendo.
—Seguro que fue alguna nave extraterrestre —le dije, medio en broma.
—Es lo más seguro —respondió, sin titubear.
En ese momento recordé el sonido que había escuchado minutos antes, una música hecha con hoja. Le comenté que conocía ese ritmo. “¡Vaj, si soy yo puej!”, me respondió. Sacó una hoja grande de naranja de un envase con agua y le preguntó a mi hija qué quería que tocara. “Paica en Carnaval”, dijo ella. Y entonces, con la hoja en los labios, comenzó su melodía. La gente aplaudía. Yo lo felicité por su talento y le pregunté su nombre.
—¿Mi nombre real o mi nombre artístico? —me dijo, con una chispa de orgullo.
En ese instante, como si se activara un archivo en mi memoria, recordé a “El Chuto”, al “Camba Carretero Enamorado”, y supe que ese señor era “Puga”. Lo había visto en televisión, escuchado en radio, y en incontables videos en redes sociales. Me partió el corazón verlo tan longevo, con dificultades para caminar, pero aún con esa energía que solo los verdaderos artistas conservan.
Nos pidió que nos acercáramos, y comenzó a contarnos sobre su hermano “El Chuto” (artista que tiene un monumento en la esquina de la plaza), sus entrevistas, sus presentaciones. Habló de cómo muchos lo han olvidado. Le comenté que trabajo en un medio de comunicación, que la organización donde estoy es dueña de Radio Santa Cruz. Sus ojos se iluminaron. “Yo iba seguido a la Peñita del Pueblo”, dijo emocionado. Me pidió que lo llamara, que quería volver a la radio. Me dejó su número. Yo me comprometí.
El arte, como la laguna Capiguara, guarda misterios y memorias profundas. Pero también, como ella, puede ser cercado por el olvido. “Puga” es uno de tantos artistas que han dado alma a sus territorios, que han tejido identidad con melodías, historias y humor. Y sin embargo, el tiempo y la indiferencia suelen relegarlos a los márgenes.
La lección es clara, no dejemos que el olvido se lleve lo que la cultura nos ha regalado. Reconozcamos en vida a quienes han construido el alma de nuestros pueblos. Que cada encuentro con un artista mayor sea una oportunidad para escuchar, agradecer y devolverles el lugar que merecen. Porque el arte no envejece, solo espera ser recordado.
Juan Pablo Sejas / IRFA