Las ciudades generan el 70% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) a la atmósfera y son responsables del 78% del consumo mundial de energía, índices que unidos al aumento de la población en las urbes están llevando a las autoridades locales a renovar la planificación urbana para que sea resiliente ante el aumento de los fenómenos meteorológicos causado por el cambio climático.
Según estimaciones de Naciones Unidas, el 70 % de la población mundial vivirá en 2050 en las ciudades, sin embargo, el 60 % de las infraestructuras necesarias para 2030 aún no se han construido en las zonas urbanas, que son sensibles a impactos como el aumento del nivel del mar, olas de calor, precipitaciones, inundaciones o sequías, fenómenos cada vez más intensos y frecuentes que afectan tanto a ciudades continentales como litorales.
Las actividades humanas y el aumento de la construcción ocupando cada vez más espacios ha aumentado la huella de carbono de las ciudades, fruto de una planificación urbanística que puede generar problemas como la contaminación, la mala calidad del aire, enfermedades, desigualdad y vulnerabilidad ante catástrofes y falta de vivienda accesible, según la ONU.
Por ello, de acuerdo a ONU-Hábitat son necesarias medidas para la adaptación y mitigación climática, con infraestructuras resilientes y de bajas emisiones para lograr ciudades más sostenibles, igualitarias, seguras y resistentes a los impactos climáticos.
El catedrático de Ecología y director del Departamento de Ciencias Ambientales de la Universidad de Castilla-La Mancha, José Manuel Moreno Rodríguez, ha explicado a EFE que “las ciudades están preparadas para el clima de toda la vida, pero ya no vivimos en ese clima, vivimos en un clima diferente”.
Según el experto, las ciudades deberán adoptar medidas para problemas como las olas de calor “que en el clima de toda la vida eran muy poco frecuentes y muy poca intensas”, pero “ahora no es el caso”.
Además, sostiene Moreno Rodríguez, es necesario “revaluar” las medidas que se habían adoptado no solo en las ciudades, sino en contextos más amplios, con relación a la disponibilidad de agua relacionada con la sequía, y así “con todas aquellas cosas que pueden afectar a la vida en las ciudades”.
Con la adaptación, asegura, se trata de adoptar medidas con el objeto de minimizar los impactos climáticos, “porque probablemente eliminarlos no va a ser posible”, y cuanto más se caliente el planeta “mayores serán esos impactos”.
Según el director del Área de Conocimiento e Innovación de ONU-Habitat, Eduardo Moreno, la pandemia puso de manifiesto la necesidad de “repensar las ciudades y replantear los espacios”, teniendo en cuenta factores como la salud de las personas, con el medio ambiente de fondo, fomentando los espacios abiertos y naturales.
Sin embargo, el 80 % de la población mundial en las ciudades respira aire contaminado por encima de los índices permitidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y más de 6.000 muertes prematuras se podrían evitar con la adopción de medidas más estrictas sobre normas de calidad del aire, de acuerdo a un estudio internacional publicado en la British Medical Journey en 2020.
El Acuerdo de París puso de manifiesto en 2015 la necesidad de mantener el límite de 1,5 grados de ascenso de la temperatura con relación a los índices preindustriales para evitar mayor calentamiento global, del que las ciudades son en gran parte responsables, además de la pérdida de ecosistemas y biodiversidad.
Nueva Agenda Urbana
Asimismo, la Nueva Agenda Urbana – Hábitat III de 2016 recoge los compromisos para logar un desarrollo urbano sostenible basada en tres principios: no dejar a nadie atrás, economías urbanas sostenibles e inclusivas y sostenibilidad urbana, tomando en cuenta que el décimo primer Objetivo de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas (ODS) establece que las ciudades y asentamientos humanos “sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles”.
Así, según el índice Arcadis de las cien ciudades sostenibles en el mundo, entre las diez primeras se encuentran: Oslo, seguida por Estocolmo, Tokio, Copenhague, Berlín, Londres, Seattle (EE.UU.), París, San Francisco (EE.UU.) y Ámsterdam.
Las ciudades escandinavas llevan años de delantera en la adaptación al cambio climático, con proyectos para el fomento del uso de transporte público, la bicicleta o ir a pie, prácticas que evitan la formación de las llamadas “islas de calor” en las urbes debido a la absorción de las altas temperaturas en el asfalto generado por el tráfico.
Asimismo, los expertos estiman que la creación de más zonas verdes y el aumento de arbolado reducen las temperaturas hasta diez grados aproximadamente.
Por EFE verde
Foto Colectivo Árbol