La naturaleza es sabiduría pura, siempre repetía la abuela Mercedes, la mujer de los días de abundancia del maíz. En sus tardes de jalón de oreja, decía que los aromas del algarrobo, el mistol, el algarrobillo, el palo santo entran por tu nariz y son como los bueyes que van marcando surcos pa’ sembrar la semilla y germinar. Así como los paisajes de colores de un verde vivo y un café muerto del monte chaqueño, entran por tus ojos para hacerte volver al pago de tus memorias. Y no se quedan atrás, la melodía guerrera de la caja y la flauta, que te ahogan en un llanto de silencio para llamarte a no abandonar tu esencia marcada en tu mente y en las emociones de las que se culpa al corazón. Y aquellas voces…aquellas voces que al escucharlas te hacen viajar en el tiempo, recuperando lo que tu mente busca ansiosamente ¡FELICIDAD!
La naturaleza es sabia, se manifiesta mediante los recuerdos marcados por tus sentidos, del olfato, del gusto, del tacto, del oído, estimulando a tu sistema nervioso a accionar, a caminar, a reír, a gritar, a soñar, a sentir, a vivir, a amar, a enseñar, a aprender, a escuchar, a aprender a ser LIBRE.
Y es en esta sencilla pero profunda y compleja palabra, donde nos acompañó la vieja radio con casetera a la que la abuela llamaba la “bulliciosa”, aquella cuyo dial no se movía, por su fidelidad a los 960 Kilohertz, donde habitaban desde la voz suave y pausada de Sergio, hasta las voz altiva y de cantante de ópera de Ramón, mandando los mensajes y avisos. Sonaban los ecos de don Tapeque Dominguero, allá en Sapirangui, uno de los rincones del chaco chuquisaqueño, hija provinciana de Hernando Siles, donde el agua no se vende, donde las mingas intentaron sobrevivir hasta el año 2000, donde los mistoles aún florecen, donde las ulalas todavía te hablan, donde los algarrobos aún son esponjosos y dulces, donde aún podemos sentarnos a charlar debajo del corral de los topecos, donde todavía se recibe a las visitas con un puñado de mote y huevos sancochados del gallinero de doña Epifania.
Donde los abuelos caminan hacia el potrero con las radios de viejas caseteras y diales que no se mueven de los 960 Kilohertz ONDA MEDIA, aunque los más changos la hubiesen cambiado por el FM inundado de regueton y politiquería barata del ex alcalde de Muyupampa.
Y los changos que nos fuimos del Chaco hacia otros rumbos dentro de la cordillera chaqueña, respiramos añoranzas y nostalgias cuando al conectar los audífonos al celular y captar la señal de la web del maestro en casa, escuchamos la voz del camba Florencio “avanzando a trancos largos cual si fuese un avestruz”. Me lleva en viajes hacia las tardes de mateada de las abuelas, alrededor del viejo trapiche, comentando las viejas radionovelas, preguntándose entre ellas donde queda el Beni, Pando o Riberalta cuando escuchan hablar de ellas en las noticias de la Red Amazónica.
Nos recuerda al sueño de viajar hacia Cochabamba, para conocer a esos Tupay, a quienes promociona LA SANTA CRUZ, con su tonada América Latina. Cuando imaginábamos cómo era esa ciudad de Santa Cruz en tono con la voz del camba Florencio y los cantantes de la Peñita del Pueblo. Esa peñita que nos hizo caminar hacia Muyupampa, subirnos a una vieja flota, con el tío Hugo, hacia el concierto que nos regalaba la peñita, donde conocimos a Piraí Vaca y las cuerdas de su guitarra que sus manos hacían relinchar, mostrándonos eso a lo que llaman ARTE.
Las carreras en bicicleta desde la Pampa de Cerrillos para llegar a casa a despertar al abuelo Roberto pa’ que encienda su bulliciosa, cuyo dial no se movía, aunque el padre Pérez intentaba hacerle competencia a la voz de Don Ramon Caisari.
Y es que Pa’ todos lados iba con nosotros la bulliciosa santa cruceña. Pal Chaco, pal Oka, pal Kaa, pa’ donde el abuelo pudiera moverse a pata, a caballo, en carretón, en las viejas carcachas de camioneros solidarios, en el mburica levanta leña.
Inseparable era la bulliciosa, ella junto a su sombrero de paja y el perro Caliman eran su sombra, sus oídos, el llama sueño y el despertar del viejo.
Yo solo podía mirarla de lejos pero no podía tocarla, nomás escucharla y volar con sus cuentos, chismes y sus serios discursos políticos, pues al ser changuitos, curiosos y dañinos, los abuelos creían que al tocar cualquier botón de la bulliciosa, la haríamos estallar. El viejo solo se separaba de ella dejándola en la vieja mesa para que el maestro en casa me ayude en las tareas de la escuela. O cuando la abuela tenía que bailar junto a las tonadas de las tierras del tapeque dominguero, al compás de su rueca que hilaba los ponchos del abuelo o movía la aguja malta cociendo los quintales de maní.
Aunque no creía en mis sueños de changa, tomando el marlo del maíz como micrófono preguntando al ovejo Topeco, a las chivas, al mburika o a los cuchis, como estaban o que hacían, en un simulacro de entrevistas, pues hoy el abuelo que no se desprende de su bulliciosa, me dice que en mi inconsciente al que ellos llaman ALMA, yo viajaba viajaba CAMINANDO TRANCOS LARGOS CUAL SI FUESE UN AVESTRUZ.
Por: Isapi Rua
Imagen: Martín Elfman